¿Sabías que Cuba, una vez referencia en la producción de café en el Caribe y el mundo, envió expertos a Vietnam para enseñarles las mejores técnicas de cultivo? En la década de 1970, ambos países establecieron una relación de cooperación agrícola como parte de la "solidaridad" entre naciones socialistas. En ese contexto, Cuba envió especialistas en agricultura, especialmente en el cultivo de café, para ayudar a Vietnam a desarrollar su industria cafetalera.
Este programa de colaboración se centró principalmente en la región de las Tierras Altas Centrales de Vietnam, donde los especialistas cubanos proporcionaron capacitación y compartieron técnicas de cultivo y manejo agrícola, mejorando las prácticas locales. Durante esos años, la experiencia cubana en el cultivo de café, particularmente en técnicas de recolección y procesamiento, jugó un papel crucial en el despegue de la producción vietnamita.
Vietnam, con la ayuda de estos expertos, pasó de ser un productor modesto de café en la década de 1980 a convertirse, en el transcurso de los años, en el segundo mayor exportador de café del mundo. La colaboración cubana fue clave en el desarrollo de las plantaciones vietnamitas de café robusta, que ahora dominan el mercado mundial.
Un giro cruel del destino
Lo que entonces fue una señal de cooperación y liderazgo agrícola hoy es, irónicamente, un recordatorio del colapso absoluto de la agricultura cubana. En un giro cruel del destino, Cuba, la que enseñó a Vietnam a cultivar café, ahora se ve obligada a importarlo de ese país asiático.
Este declive no es un hecho aislado; es parte de la larga y sistemática destrucción de la agricultura cubana, liderada por las políticas centralizadoras y absurdas de Fidel Castro. Lo que alguna vez fue una isla fértil y próspera, capaz de alimentar a su población y exportar productos agrícolas al mundo, hoy se arrastra en una miseria agrícola que obliga al país a depender de otros para lo más básico.
La ironía del café es solo un símbolo de un desastre mayor. Durante décadas, la revolución de Castro fue vendida como la solución a la desigualdad y a la explotación de los recursos del país, pero el resultado fue exactamente el contrario. La ganadería, que en su apogeo permitía a cada cubano tener acceso a carne de res y leche fresca, se desplomó hasta el punto en que la carne de vacuno es un lujo que pocos en la isla pueden permitirse. Incluso la leche, que Castro prometió que habría en abundancia, ha desaparecido del día a día del cubano común.
El mismo patrón se repite en la industria azucarera, que antaño fue el motor económico del país. Cuba pasó de ser el mayor exportador de azúcar del mundo a un estado en el que sus ingenios están oxidados y en ruinas, incapaces de competir en el mercado global o de satisfacer las necesidades internas. Algo similar ocurre con la producción de frutas y vegetales, que una vez abastecía tanto el consumo local como el extranjero. Hoy, estos productos son escasos, y la importación ha tomado el control de los mercados.
Cuba pasó de ser un ejemplo a seguir a un caso de estudio de lo que no debe hacerse en la gestión agrícola. La historia del café cubano y su dependencia actual de las importaciones no es solo una ironía dolorosa, es la evidencia palpable de un fracaso de proporciones históricas. Mientras tanto, el pueblo cubano sigue pagando el precio de esas decisiones erradas, enfrentando escasez en lo que alguna vez fue tierra de abundancia.
Ya los cubanos no pueden cantar "Ay mama Inés, ay mama Inés, Todos los negros tomamos café".