El cubano Rafael Lázaro Rodríguez Macías vivió una decepcionante experiencia en el Restaurante Castillo de Jagua, en La Habana, un lugar que decidió visitar esperando una mejora en el servicio que nunca llegó.
Rafael relató, en el grupo de Facebook Gastrocuba, que al llegar al conocido restaurante en Avenida de los Presidentes y Calle 23, en El Vedado, se encontró con una pizarra exterior que ofrecía un menú limitado, pero decidió entrar y probar suerte.
Una serie de infortunios
Se pidió una cerveza dispensada, un tamal, un lomo ahumado y congrí, porque el lomo no venía con guarnición. Aquí comenzaron los problemas.
La cerveza estaba disponible, pero no se la sirvieron porque el barman no había ido a trabajar. Tampoco podía pedirse ningún cóctel para esperar su comida. La alternativa ofrecida para beber fue cerveza en lata, a más del doble del precio, algo que no estaba anunciado en la pizarra.
El tamal que recibió era claramente de baja calidad, seco y sin carne ni grasa, más propio de un tamalero callejero que de un restaurante.
El lomo ahumado fue lo peor. El plato traía cuatro minúsculas lascas de tres pulgadas de largo y dos milímetros de espesor, todo por 850 pesos, un precio que Rafael consideró excesivo para la cantidad y calidad del producto.
El congrí, que debería ser un acompañamiento sabroso y recién hecho, llegó frío, sin grasa ni comino, "como si lo hubieran preparado a las siete de la mañana" y dejado reposar hasta el momento de servir.
Desgusto al final
La situación no mejoró al final de la comida. Aunque eventualmente el barril de cerveza fue montado y Rafael pudo disfrutar de una bebida dispensada, la cuenta fue otro motivo de disgusto. Se la entregaron en un pedacito de papel, sin desglosar los precios individuales y con un total que no correspondía a lo que aparecía en la pizarra.
Para colmo, algunos productos tenían un precio mayor del anunciado y le agregaron un 10% adicional, como propina, aunque sin justificación clara. Rafael concluyó su crítica gastronómica asegurando que no piensa volver al Restaurante Castillo de Jagua, nunca.
Su experiencia sirve como una advertencia para otros comensales sobre la importancia de la calidad del servicio y la honestidad en la oferta de productos en cualquier establecimiento gastronómico, ya sea estatal o privado. Este relato destaca la necesidad de mejorar los estándares en los restaurantes cubanos, un país donde la inflación no solo deja a miles de familias sin acceso a los alimentos básicos, sino que le quita los deseos a la gente de probar una experiencia gastronómica fuera de casa.